domingo, 24 de febrero de 2013



Inocentemente culpable (Juicio a Edipo) 

Usted Ha sido condenado a cadena perpetua, es más, su majestad será condenado a ser juzgado eternamente en la memoria de toda la raza humana o cualquier otra, pues allí también pagará con maldiciones y desprecio sus delitos y abominaciones. De nada sirve que usted exprese algún argumento a su favor o pretenda defenderse, aunque sé muy bien que en ningún momento quiso hacerlo, al contrario, demostró en mi opinión, una gran valentía al sacarse los ojos, tal vez otros piensen que eso fue un acto de cobardía para no tener que mirar las atrocidades que cometió o librarse de la penosa tarea de ver en la cara de sus acusadores un rictus de asco y repulsión ante su monstruosa presencia. 

Pero en nuestras cavilaciones nosotros dudamos cuando nos llega el turno de emitir nuestro juicio sobre su persona, y es que muchos pensamos: “Este pobre hombre ha sido una víctima del mundo, que lo llevó a las circunstancias en las que cometió los delitos y pecados tan grandes de los cuales se le acusa y el mismo se condena”. La verdad es que matar a tu padre no ha sido algo tan grave si analizamos el hecho de que al llevar a cabo tu acto de cólera contra ese desvalido anciano, ignorabas que era el hombre que te había procreado. Mataste también a sus sirvientes y para tu desgracia uno de ellos escapó, este último sería un testigo muy valioso en tu debacle final. Como lo entenderás ahora: “Entre cielo y tierra no hay nada oculto”

Hasta este momento te acusamos solo de homicidio, ¡grave! ¡Muy grave! ¿Pero qué te llevó a matar a ese viejo que resultó ser aquel que te dio la vida? Yo te lo diré: un pecado capital llamado ira, esa parte de tu carácter que te convirtió en  un hombre vil, creído, vanidoso y cruel. De esta manera se derrumba ante nuestros pensamientos tu presunta inocencia, porque tu crimen fue impulsado por tu naturaleza violenta y eso te cegó ante tu progenitor y sin remordimientos ni vacilaciones le mataste, así pudiste matar a cualquiera, eres iracundo, malo y asesino. 

Pero eso no fue suficiente para tu desgraciada vida, que en busca de más oscuridad tenebrosa para alimentar tus remordimientos, tú y el destino fueron en busca del vientre que te vio nacer para fecundarlo y engendrar allí tus hijos que al mismo tiempo serian tus hermanos, ¡tamaña desgracia! Por supuesto, tú no sabías en este caso que aquella mujer era tu madre, pero tus aires de grandeza, tu sed de poder y tu ambición desmedida e inagotable trazaron el camino de tu propia destrucción y de todos aquellos que te rodeaban. ¿Pero esta vez que te indujo a realizar esta otra obra putrefacta? Pues dos grandes transgresiones capitales: ¡La avaricia y la soberbia! Nuevamente pierdes toda defensa, vienes cojeando de las dos piernas y tropiezas con tu alma defectuosa, con tu carácter obstinado y terco. 

Entonces sin pensarlo más, tenemos que decirte que de esto último ¡también eres culpable! Como veras hombrecillo de pies maltrechos nosotros los seres humanos, expertos en juzgar a los demás y en demostrar culpabilidad ajena no fallamos al decir constantemente que: “El que inocentemente peca inocentemente se condena” y tú Edipo, aunque fuiste inocente de saber contra quien iban tus crímenes, eres culpable de ellos porque tu espíritu era pobre, ciego y pecador, muy pecador.


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