Inocentemente
culpable (Juicio a Edipo)
Usted
Ha sido condenado a cadena perpetua, es más, su majestad será condenado a ser
juzgado eternamente en la memoria de toda la raza humana o cualquier otra, pues
allí también pagará con maldiciones y desprecio sus delitos y abominaciones. De
nada sirve que usted exprese algún argumento a su favor o pretenda defenderse,
aunque sé muy bien que en ningún momento quiso hacerlo, al contrario, demostró
en mi opinión, una gran valentía al sacarse los ojos, tal vez otros piensen que
eso fue un acto de cobardía para no tener que mirar las atrocidades que cometió
o librarse de la penosa tarea de ver en la cara de sus acusadores un rictus de
asco y repulsión ante su monstruosa presencia.
Pero en nuestras cavilaciones
nosotros dudamos cuando nos llega el turno de emitir nuestro juicio sobre su
persona, y es que muchos pensamos: “Este
pobre hombre ha sido una víctima del mundo, que lo llevó a las circunstancias en
las que cometió los delitos y pecados tan grandes de los cuales se le acusa y
el mismo se condena”. La verdad es que matar a tu padre no ha sido algo tan
grave si analizamos el hecho de que al llevar a cabo tu acto de cólera contra
ese desvalido anciano, ignorabas que era el hombre que te había procreado. Mataste
también a sus sirvientes y para tu desgracia uno de ellos escapó, este último
sería un testigo muy valioso en tu debacle final. Como lo entenderás ahora: “Entre cielo y tierra no hay nada oculto”.
Hasta este momento te acusamos solo de homicidio, ¡grave! ¡Muy grave! ¿Pero qué te
llevó a matar a ese viejo que resultó ser aquel que te dio la vida? Yo te lo
diré: un pecado capital llamado ira, esa
parte de tu carácter que te convirtió en un hombre vil, creído, vanidoso y cruel.
De esta manera se derrumba ante nuestros pensamientos tu presunta inocencia, porque tu crimen fue impulsado por tu naturaleza
violenta y eso te cegó ante tu progenitor y sin remordimientos ni vacilaciones
le mataste, así pudiste matar a cualquiera, eres iracundo, malo y asesino.
Pero eso no fue suficiente para tu
desgraciada vida, que en busca de más oscuridad tenebrosa para alimentar tus
remordimientos, tú y el destino fueron
en busca del vientre que te vio nacer para fecundarlo y engendrar allí tus
hijos que al mismo tiempo serian tus hermanos, ¡tamaña desgracia! Por supuesto,
tú no sabías en este caso que aquella mujer era tu madre, pero tus aires de
grandeza, tu sed de poder y tu ambición desmedida e inagotable trazaron el
camino de tu propia destrucción y de todos aquellos que te rodeaban. ¿Pero esta
vez que te indujo a realizar esta otra obra putrefacta? Pues dos grandes transgresiones capitales: ¡La avaricia y la soberbia!
Nuevamente pierdes toda defensa, vienes cojeando de las dos piernas y tropiezas
con tu alma defectuosa, con tu carácter obstinado y terco.
Entonces sin
pensarlo más, tenemos que decirte que de esto último ¡también eres culpable! Como veras hombrecillo de pies maltrechos
nosotros los seres humanos, expertos en juzgar a los demás y en demostrar
culpabilidad ajena no fallamos al decir constantemente que: “El que inocentemente peca inocentemente se
condena” y tú Edipo, aunque fuiste inocente de saber contra quien iban tus
crímenes, eres culpable de ellos porque tu espíritu era pobre, ciego y pecador,
muy pecador.
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